martes, 24 de septiembre de 2013

Padres, desaparecidos y un control de alcoholemia


La semana pasada me acerqué a Navacerrada y, desde allí, me fui hasta las cabezas de hierro.
El plan era pasar también por la Maliciosa, pero las subidas y bajadas al cerro de Valdemartín y a los collados que tiene a cada lado ¡a la ida y a la vuelta! me dejaron bastante tocado y lo dejé en 16km.

Para este fin de semana quería algo llano, así que me fui a Sepúlveda a hacer la Senda Larga de las Hoces del Duratón.
La ruta en sí no tuvo mucho misterio: dejé el coche en el aparcamiento junto al puente de Tálcano y seguí el río hasta el de Villaseca. Aun pensé en acercarme hasta la presa de la Molinilla, pero me di cuenta que cada km que hiciera iba a tener que deshacerlo, así que no llegué…
Me asomé (¡a la entrada, nada más…!) a unas cuevas (las del Santero, el Cura y los Siete Altares) y me di la vuelta.
Al final 23km y las piernas cansadas…

¿Por qué el título de la entrada?

El sendero que baja al río se divide con una valla de madera y, justo delante de mí, baja una familia, los dos padres y una niña de cosa de dos años.
La madre se desentiende y se va a ver el cartelón del Parque Natural. La niña se queda atrás mientras el padre sigue el camino, se vuelve un momento, ve como la peque amaga con irse hacia la madre y se desentiende también girando hacia el cartelón.
Paso al lado de la niña que se ha quedado atascada delante de un reguero un poco profundo y llama lastimosamente a sus padres, mientras estos, a 10m de distancia, pasan olímpicamente.
Miro a los adultos que nos dan la espalda a su hija y a mí, dudando. Normalmente a los padres no les hace gracia que un desconocido toque a sus hijos.
Miro a la niña y veo la duda en sus ojos. La duda entre el no hables con desconocidos y el reguero que le corta el camino.
Alargo la mano y ella me la coge en seguida.
En tres pasos hemos salvado el reguero y se suelta.
Yo sigo mi camino.
Sus padres siguen papando moscas…

Son casi las cinco de la tarde cuando, un poquito cascado, subo la cuesta que me devuelve al aparcamiento.
Tres hombres me paran y me preguntan si me he cruzado con un señor mayor, como de 60/70 años, solo.
No, sí que me he cruzado con gente mayor, pero todos en grupitos.
Desapareció el viernes.
Hoy martes continúa la búsqueda…

Ya de vuelta, me para la Guardia Civil… ¡El radar!
Pues no, un control de alcoholemia.
Que si no me importa soplar (¡en absoluto!) y que le muestre el carnet de conducir.
Supongo que, mientras lo sacaba, el Guardia me echó un buen vistazo: ropa de montaña, cara de cansado y asoleado, la mochila medio abierta en el asiento de al lado…
El caso es que apenas echa un ojo al carnet y me dice que siga.
Yo no era su target…


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