martes, 28 de febrero de 2012

Travesía de la Mujer Muerta



Domingo 19 de febrero, 8 de la mañana, Pabellón Perico Delgado de Segovia.
Un grupo nutrido de montañeros (y un dominguero) se reunían en torno a un café/chocolate calentito y unos churros/bizcochos/porras para ir entrando en calor y cogiendo algo de energía en previsión de las 8 horas largas que teníamos por delante.

Dos amigos del trabajo me habían convencido (tampoco les costó mucho) para unirme al grupo de montañeros/andariegos de uno de ellos para hacer la XXXIX Travesía de la Mujer Muerta, que organiza el Grupo de Montaña Diego de Ordás de Segovia.
De modo que, pertrechado con bastones, polainas, chaquetón y varias capas de ropa interior, me hacía la pregunta que todo novato se hace en semejante situación: ¿Quién me mandaría a mí…?
 
Nos subimos al autobús y nos vamos al aparcamiento del antiguo cine Panorámico, una suerte de Imax abandonado en la carretera de Madrid, para iniciar el recorrido.
Muchos coches particulares y gente procedente de las provincias de alrededor o, incluso, de más lejos.

Empezamos a andar.
Mientras las cordadas que participan en la Marcha se inscriben, los que vamos “por libre” vamos echando a andar. Ya nos pillarán…
Buen tiempo, afortunadamente, y el calorcito se empieza a notar.
Hacemos una breve parada en la cañada real, antes de iniciar la trepada fuerte por el pinar, y nos quitamos alguna de las capas de ropa que llevamos. Arriba nos harán falta, pero, de momento, esta subida la vamos a sudar…

Y tanto que la sudamos.
Ascendemos entre pinos, sin una brizna de brisa y con casi dos cuartas de nieve en algunos sitios.
Nieve suelta, además, que hace que el caminar sea bastante penoso.
A medida que veo que la nieve, que abajo apenas había, va acumulándose, me saco los bastones de la mochila y empiezo a caminar a cuatro patas.
¡Qué invento los bastones!
Me salvan de un par de morradas (quien dice par dice docena…) y es realmente cómodo andar con ellos, sobre todo cuesta arriba.
Y cuesta arriba que vamos… y vaya que si cuesta. Goterones de sudor caen sobre la nieve a medida que hago camino. Me abro un poco la cazadora
Al principio intento ir a mi ritmo, pero pronto veo que es más cómodo ir siguiendo las pisadas del que va delante, así no me entierro tanto en la nieve. Antes que nosotros ha pasado gente de la organización abriendo pista y el sendero está bastante claro.
Por cierto, que la gente que va de Marcha nos va pasando poco a poco. Y por que no tenemos pegatinas, que alguno nos las quitaría de la marcha que lleva…

Peñalara
Salimos del pinar en las estribaciones del Cerro de la Muela (la almohada, para entendernos) y levantamos la vista. Hasta ahora tampoco es que tuviéramos mucho que ver: Pinos y nieve.
¡Y qué vista! La planicie Segoviana, la Sierra de Guadarrama, con Peñalara levantándose majestuosa, la propia silueta de la Mujer Muerta…
El macizo de la Mujer Muerta
Hacemos un alto para disfrutarlas y, ya que estamos, secarnos el sudor. Algunos parece que nos hayamos dado una ducha…
Somos varios los grupos que hacemos lo mismo. Nos quitamos de en medio para que los que llevan algo de prisa nos adelanten sin problemas

La Pinareja La Pinareja
Recuperamos alguna de las capas que nos hemos quitado y reemprendemos la ascensión hacia la Pinareja por un canchal cubierto de nieve. Aquí está más dura, pero aun así es fácil meter la pata en algún agujero entre las piedras.
A medida que nos acercamos a la cumbre el viento sopla más fuerte y algunas nubes que pasan hacen bajar la temperatura.
Cuando hacemos cumbre en la cabeza, nos tomamos un descanso para recuperar fuerzas y abrigarnos para lo que nos espera, la parte, climatológicamente, más dura de la travesía.
La chica que se encarga del control de la organización nos ofrece un poco de chocolate a los que vamos llegando. Lleva aquí un buen rato… y lo que le queda.
“¿Hasta cuando estás?”
“Hasta que pase el coche escoba…”

Nos abrigamos. Yo he perdido el gorro en el pinar, lo llevaba en el bolsillo y se me debe haber caído. Llevaba un Buff para ponérmelo seco al llegar al autobús y me servirá de gorro de emergencia. Me ajusto la braga en la cara y saco (otra vez) las gafas de sol, para proteger un poco los ojos del viento y del reflejo del sol en la nieve… Tampoco esta vez duraré mucho con ellas, no me gusta llevar gafas de sol y es más lo que me estorban que la ayuda que me dan.
Llevo unos guantes grandes y forrados y me los pongo, me hacen falta. Me los quitaré más tarde, cuando las condiciones sean menos extremas… y me los volveré a poner cuando se enfríe la cosa.

Empezamos a descender de la cabeza, es el tramo más complicado de la ruta. Por el tiempo y por la orografía.
El viento sopla, arrastrando nubes, y la sensación térmica baja.
La senda se complica un poco y en un par de sitios tenemos que apoyar el culo en el suelo para poder bajar.
La bajada desde la Pinareja es empinada, pero la subida hacia la Peña del Oso (la barriga) es más llevadera.

Arriba encontramos el vértice geodésico que marca la cumbre, con un par de ositos de piedra en el pedestal. Y una especie de bandera de nieve que sobresale de la propia columna. Viento húmedo del sur…
La Peña del Oso
Aquí la visibilidad es, a ratos, casi nula, por las nubes que arrastra el viento. Pero, cuando pasan, tienes la garganta del río Moros a un lado y toda la llanura Segoviana al otro.
Una chica lo está pasando mal, probablemente novata, ha pillado una especia de pájara. Saca un bocadillo (de tamaño considerable) de la mochila, pero los expertos la disuaden y se acaba comiendo un plátano y un poco de chocolate. Energía rápida.

La bajada desde la Peña del Oso es larga, pero se hace rápido y fácil. Algunas nubes altas tapan el sol a ratos, pero el viento sopla menos y las temperaturas lo notan.

El ascenso al alto de Pasapán y la bajada al puerto del mismo nombre no tienen mucha historia. Vamos haciendo algún alto para reagruparnos, que algunos van más rápidos que otros y, los que van detrás, también tienen (tenemos :o) que recuperar.
Nos alcanza la chica que dejamos con la pájara, ya con bastante mejor cara y recuperada.
Desde el Puerto de Pasapán iniciamos el ascenso a las Peñas de las Majadas, abandonando el macizo de la Mujer Muerta y entrando en la Sierra del Quintanar.
Es una subida corta, pero dura, que se me va a hacer un poco más larga de la cuenta. Las piernas ya van cansadas y me cuesta levantar la izquierda.
¡Gloria bendita los bastones!

Cuando llego al refugio de cazadores de la cumbre, mis compañeros ya se han hecho fuertes en él. Las ventanas no tienen cristales y apenas entramos, pero se agradece la protección y el calor humano.
Riofrío La llanura segoviana
También se agradece el avituallamiento y el descanso. Fruta, frutos secos y un poco de tortilla y fiambre para recuperar fuerzas, aunque lo que nos queda ya sea bastante más cómodo que lo que acabamos de pasar.

Con las energías recuperadas, retomamos el camino.
Ya sin apenas desniveles, vamos cresteando la Sierra del Quintanar, asomándonos al Espinar y San Rafael antes de volver a la otra vertiente de camino a la estación de Otero de Herreros, final del trayecto.

Poco antes de empezar a bajar, a la altura del Cerro Carmocho (he tenido que mirar el mapa…) hago una pausa en el camino. Soy consciente de que me voy a retrasar, pero la vista de Segovia desde ahí bien merece una foto.
Poso la mochila, saco la cámara, cambio el objetivo y tiro unas fotos rápidas: Segovia, Riofrío, el Panorámico… ¿Desde donde dices que salimos…?
Segovia

Ya mi grupo se aleja cuando retomo la marcha.
La bajada es suave y hay un camino profundo y bien marcado entre las casi dos cuartas de nieve que hay acumuladas. Aquí los bastones son casi un estorbo y la mayor parte del tiempo los llevo en la mano.
Pero lo bueno no dura mucho.
La bajada se empina.
¡Y de qué manera…!
Intento bajar despacio, pero no hay forma. Más que andar, derrapo. Me voy deslizando, apoyándome en los bastones, que me salvan de unas cuantas culadas.
A medida que pierdo cota, la nieve se va derritiendo, y el hecho de que haya pasado ya un montón de gente, ayuda a que, más que nieve, lo que piso sea, mayormente, barro.
En algunos sitios me salgo de la trazada y piso nieve virgen, que agarra un poco más, pero no mejora mucho el tema…
Piso un palo o raíz medio oculto entre la nieve y el barro y doy (una vez más) con mis posaderas en el suelo. La pierna derecha se me queda debajo de la izquierda en una postura bastante chunga. Me levanto enseguida, no ha sido grave…

El último tramo es llano, ya con la estación de Otero de Herreros al fondo. Me dicen que se ve durante toda la bajada. Bueno, yo estaba más pendiente de mis pies…
Salto un par de vallas. Es lo que tiene no saberse (ni yo ni los que me acompañan a estas alturas) la ruta y el querer esquivar un toro que nos mira con cara de curiosidad.
Cruzo las vías y me encuentro con la mayoría de mi grupo (¡No he sido el último!) a los que, la verdad, entre las fotos, las caídas y tal, del último tramo, casi les había perdido la pista.
A la que llego me dan un pin del grupo de montaña, por haber completado la travesía. Me lo pongo, en parte por agradecimiento, y en parte porque... ¡bueno!, la he completado y me siento orgulloso.
Son las cinco y media, después de 8 horas de marcha tengo la sensación de que me lo he ganado.

El autobús tiene que esperar a que lleguen los últimos y, como nos estamos quedando fríos, alguien dice de ir al bar… ¡Hay casi un kilómetro! ¡Arrggg…!
Reconozco que, a esas alturas, y después de un rato de parón, se me hizo largo. Eso sí, el cafetito caliente no me vino mal.

Son casi las siete cuando el autobús nos recoge y, tras breve parada en el aparcamiento del Panorámico, nos lleva sanos, salvos y cansados (yo por lo menos) de vuelta al Perico Delgado.

Y eso viene siendo casi todo.
Una ducha que casi acabo el agua caliente y una sensación de agotamiento físico y mental que no consigue ocultar la satisfacción por la tarea realizada.

No he llegado al límite, pero tampoco le ha andado tan lejos…
Hemos tenido muy buen tiempo, afortunadamente, con sol, incluso calor, al principio, y nublado, aunque con buena temperatura, al final.
No quiero ni pensar lo que hubiera sido tener, durante toda la travesía, la ventolera y el frío que tuvimos, por ejemplo, en la Peña del Oso. Por no hablar de las temperaturas siberianas del domingo anterior, o que hubiésemos tenido ventisca, etc.

¿Lo próximo?
Bueno, la Cuerda Larga me atrae. Aunque, seguramente, sea más duro convencer a un grupo de amigos de que suban a Siete Picos  :o)

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