martes, 27 de abril de 2010

De Paseo hasta la Chorranca.

¿Qué tal?

En los últimos meses le he pillado el gusto a eso de “Echarme al monte”.
De hecho, incluso he asaltado un Decatlón para equiparme.
¿Quiere eso decir que estoy preparado para hacer el Camino de Santiago?
¡Por supuesto! Pero los primeros 600km los haré en coche… Ya andaré los últimos 600m, que son los importantes :o)

El caso es que, después de dos semanas de reposo forzado y otra de regreso paulatino a la normalidad, el pasado 24 de abril decidí poner a prueba mi tobillo izquierdo con un “paseo” de 15km por los pinares de Valsaín.


Era una tarde de abril.
Comienzo de primavera…

La fui tarareando toda la mañana, la verdad, hubo momentos que me sentí libre como el viento…

Pues eso, GPS, mochila con la cámara, agua y algo de comida (tengo que hacerme con Huesitos… quiero decir, barritas energéticas :o) y poco antes de las once la mañana dejaba el coche junto a la urbanización Caserío de Urgel, en la Granja.

Víctor, un compañero del trabajo, me había pasado un par de rutas por la zona, y yo me había descargado de Wikiloc alguna más. Con las baterías del móvil y el GPS Bluetooth cargadas, no esperaba problemas. En todo caso, la ruta de escape era hacia abajo, solo tenía que seguir el primer arroyo que encontrase y tarde o temprano llegaría a la carretera… ¡Toma razonamiento dominguero…!

La ruta que iba a seguir bordeaba en su principio la tapia de los jardines del Palacio de La Granja. Tras unos primeros metros suaves, la cosa se empina.
El camino, quiero decir. Y es que subir desde la altura del Laberinto hasta la zona conocida como el Esquinazo, un mirador unos cuantos metros por encima del Mar, en casi nada, tiene su cosa.
Cuarto de hora de caminata y ya estoy con la lengua fuera. Eso sí, era la primera vez que veía el Mar y el Palacio a la vez…


El tobillo me va respondiendo… como esperaba que me respondiera desde el segundo paso que di en casa. No tengo molestias, pero me sigue costando controlarlo. En cuanto apoyo el talón el pie cae solo.
No es un problema en las subidas, por que voy mayormente de punta, pero veremos como se porta en las bajadas… Por que tiene que haber bajadas, todo lo sube, baja… ¡espero…!

Tras una pequeña parada (no será la última…) para disfrutar de las vistas, comienzo una bajada (¡Sí!) breve (¡Vaya!) hacia el primer arroyo que baja de la sierra.
No sé su nombre, pero, por la situación debe ser de los que alimentan el Mar.
Lo vadeo por unas piedras colocadas a modo de paso y veo un indicador que me dice que hay un par de horas de subida hasta Peñalara… Casi que mejor otro día. Esa subida se la dejo al tipo que me adelanta ¡corriendo! en ese momento.
La ruta que llevo yo es menos empinada, aunque sigue subiendo.

El vado del siguiente arroyo tiene un cartel: “El rincón del abuelo, 2004”.
Seguramente en verano se pueda cruzar de un salto, ahora lo cruzo por un pequeño puente de madera.
Unos metros mas arriba puedo disfrutar de unas vistas preciosas del arroyo. Por desgracia, no hay manera de sacar una foto decente como no sea desde el medio del barranco. Y como la levitación no figura entre mis habilidades, pues tengo que dejarlo. Una pena…

Hasta ahora, tras cruzar una valla para ganado en la parte superior de los jardines, he ido siguiendo senderos de montaña. A partir de aquí sigo un camino que tiene pinta de haber sido abierto por los camiones que entran a buscar madera.
Ya no cruzo arroyos, pero en varios sitios rezuma el agua que baja del deshielo. Seguramente aflorarán no mucho más abajo.

Desde que salí me he cruzado con cuatro personas (y un perro) además del corredor y otro tipo que adelantó cuando estaba mirando los jardines.

He cruzado un robledal, con los árboles aun desnudos de hojas, pero, mayormente, camino entre pinos. Altos y rojos pinos de Valsaín.
Se oye el susurro del viento, el trinar de los pájaros, el murmullo del agua que ahoga los demás sonidos cuando te acercas a un arroyo, el ocasional motor de los aviones del pasillo aéreo que cruza Peñalara (que digo yo que ya podía cruzar la sierra por un sitio más bajo…), el todo terreno del Guarda del Centro de Montes de Valsaín…
No sé si ha sonado cursi o burlesco, pero así eran las cosas y así las estoy contando.

Sigo caminando.
El tobillo me responde mejor de lo que esperaba, no bien, claro, pero vamos tirando. Igual no tengo que volver al fisio esta semana.
No sé si soy libre como el viento, pero, en todo caso, me siento bien. Hay momentos en que me siento realmente vivo… y eso no es algo que me pase todos los días.

Llego a un claro, unos montones de troncos apilados confirman mi teoría sobre el camino que he ido siguiendo. Salgo a una pista asfaltada que, luego me enteraré, sale de Valsaín y da la vuelta al pinar, pero en seguida la abandono. Mi ruta me lleva por caminos de tierra y no de asfalto… al menos de momento.

Otra bifurcación.
A ver, el GPS, ¿Y esto como se orienta? ¡Mierda! ¿A que todavía voy a necesitar una brújula? Debe ser por aquí…
Cincuenta metros de empinada cuesta y una meada después, me doy cuenta de que no…
Un poco mas adelante, por el otro camino, estaba parado el coche del Centro de Montes y, cuando bajo, me sale al encuentro el Guarda.
-“Parece que está un poco perdido”.
-“No del todo, creo que ya sé por donde no tengo que ir”.
-“Es un principio, ¿Y a donde va?”.
-“A la Chorranca”.
-“¿A que parte?”.
La jodimos…
-“Verá, es que un compañero me pasó una ruta para el GPS…”
Vamos, dominguero total.

El guarda, la mabilidad personificada, me dice que el camino que pretendo seguir no lleva a ninguna parte y que si mi amigo conoce el monte, seguramente haya echado campo a través. Así que me recomienda subir por el camino que acababa de desandar, hasta encontrar de nuevo la pista asfaltada y seguirla hasta cruzarme con el arroyo de la Chorranca detrás de aquel cerro de allí…

Sin ser plenamente consciente de la trepada que me espera, le doy las gracias y empiezo a subir… otra vez.

Cosa de un kilómetro más adelante y cerca de 200 metros más arriba, encuentro la pista. La sigo y a poco llego a una explanada: El Salto del Corzo.
Hago un alto y reconsidero mis opciones mientras recupero el aliento (falta me hace) me enjuago el sudor y echo un trago (de agua).
A mi espalda, la pista asfaltada que me llevaría de vuelta a la Granja. A mi izquierda la Silla del Rey, un antiguo mirador. Y a mi derecha continúa la pista que me lleva a la Chorranca.
En ello estoy cuando unas voces me anuncian a un grupo de caminantes (media docena larga) que vienen de mi derecha y que suben (aquí todo es para arriba o para abajo) a la Silla del Rey.
Como me gusta respetar el Undécimo Mandamiento (“No Molestarás”) y volveré por esa misma ruta, decido continuar a la Chorranca y ya subiré al mirador a la vuelta.

Continúo la subida, a Dios gracias MUCHO más suave, y, al rato, comienza una bajada que, en seguida, se vuelve pronunciada.
Al fondo, la carretera (el asfalto aquí es bastante decente) hace una hoz para adaptarse al valle y, a su lado, se oye antes que ver el arroyo de la Chorranca.
Cuando ya casi empezaba a dudar que el sitio mereciera la caminata que llevaba (no recuerdo la hora… y prefiero no intentar recordarla) salgo a un valle verde, en medio de un pinar con aguas que bajan directamente de las nieves que aun brillan en las umbrías de la cara norte de Peñalara.



Empiezo a seguir el arroyo, pero algo no cuadra. Miro el móvil. En la pantalla, el GPS me dice que la ruta no va, precisamente, por la carretera. Bueno, si ellos pudieron ir por el fondo del valle, ¿Por qué no yo? Ahí vamos: Dominguero, parte III.
En algunos tramos se le puede llamar sendero, en otros…
Pero sigo el margen del arroyo y eso es suficiente.
El agua cantarina apaga el resto de sonidos, ni siquiera sé si algún avión pasa en ese rato sobre mi cabeza.


Cargo otra ruta, una que sube desde el CeNEAm, para comparar, y llego a la conclusión de que, la próxima vez (por que habrá una próxima vez, ¡seguro!) subiré desde Valsaín.

De repente, la corriente de agua parece desaparecer entre dos peñas.

He llegado.
 

Me gustaría recostarme contra un pino, cerrar los ojos y olvidarme del mundo y del tiempo.
Pero se hace tarde, tengo el coche en la Granja y la vuelta es larga.
Me despido de la cascada con un silencioso “volveré” y deshago el camino andado remontando el arroyo.

Cargo las rutas para ver que opciones de vuelta tengo.
A ver, tengo que subir hasta allí y luego girar. Pero si atajo directamente por aquí tendría que encontrar el sendero tal que allí, parece que hay una explanada…
Dominguero, parte IV, la tontería final.
No es que la subida fuese peligrosa, ni siquiera complicada. Solo empinada…
Pero como ninguna mala acción queda sin recompensa, la mía es una vista que llega hasta Segovia y más allá…


Eso sí, he llegado al sendero, y descubro que acaba en ese claro, que el fulano que hizo esa ruta siguió campo a través y que la pista asfaltada estará como a 50 metros a mi derecha…
Bueno, siguiendo la ruta, cuando me acerco a la pista me desvío y ya estoy en tierra conocida otra vez.

Afortunadamente ya no me queda nada que subir y desciendo suavemente hacia el Salto del Corzo.
A esas alturas, las piernas empezaban a pesarme. Llevaba mas de tres horas en marcha sin dejar de subir y bajar.

Llego a la explanada y ataco la empinada (de nuevo) subida hasta la Silla del Rey.

Se cuentan muchas cosas de don Francisco de Asís, consorte de Isabel II, pero hoy solo me referiré a la silla de piedra que hizo tallar en lo más alto del cerro conocido como Moño de la Tía Andrea, justo por encima del Palacio de la Granja, y en el que aposentaba sus reales posaderas (de las que también se cuentan historias…) para disfrutar con una vista que, hoy, ocultan al excursionista pinos de más de 30 metros de altura…


No sé que me pasa en las cumbres, ya me ocurrió lo mismo en la Camorca, me cuesta encontrar el camino de vuelta. Como, vayas hacia donde vayas, todo es para abajo…
Bien, todo es cuestión de mantener la calma. Orientar la pantalla del móvil, veamos, el norte está tal que por allí. Esa gota que te ha caído en la calva no significa nada. La Granja queda de ese lado y la ruta acababa justo ahí. Tengo que bajar por aquí.

Unos minutos (y alguna gota más) después estoy de vuelta en el Salto del Corzo.
Aquí la alternativa es clara: Pista forestal asfaltada abajo y a ver donde llegamos…

En algún momento surge un camino: Hacia Dos Cabañas y la Fuente del Tío Chotete (los topónimos por esta zona tienen su aquel…) menos de 10 minutos. Hacia Peñalara algo más… (Fijación tienen con señalizar el camino a Peñalara, como si alguien quisiera subir…)
Tentador es, pero, aunque la oscura nube que tapa el que era un sol brillante cuando salí queda por encima de mi posición, las esporádicas gotas que han golpeado mi calva coronilla me impulsan a seguir el letrero que dice 1 hora hasta la Granja… En realidad serán 45 minutos, que he dejado el coche antes del pueblo…


El camino ya no tiene misterios y, a poco, llego a la explanada con los montones de troncos que esperan ser recogidos y abandono la pista asfaltada por el camino de camiones y todo terrenos que me lleva al Rincón del Abuelo.
Cruzo el puentecillo de madera, remonto la empinada (y van…) pero cortita (menos mal…) cuestecilla que lleva al vado y a buen paso, no en vano vuelvo a casa, continuo desandando el camino.

Vadeo el último arroyo por las piedras atravesadas en su lecho y, como quien no quiere la cosa, me veo de nuevo en el Esquinazo contemplando el Mar.
Los Jardines, el Palacio, el pueblo de la Granja y hasta el pantano parece que estuviesen justo ahí, al alcance de la mano…

 
Para terminar una jornada sabatina de decisiones domingueras, solo se me ocurre bajar por el sendero que discurre justo junto a la tapia… más que un sendero, casi una escalera natural. Hago hincapié en lo de casi…

No soy plenamente consciente de lo que me duelen las piernas hasta que me dejo caer en el asiento del coche. Se me escapa un medio suspiro medio quejido mientras miro el reloj.
Las cuatro y cuarto.
Cinco horas largas de marcha.
Ha sido una buena jornada.

Toca sesión de recuperación:
Una buena ducha seguida de una sartenada de patatas con unos huevos por encima.
A veces la vida merece la pena…

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